La dialectología es una de las ramas más populares dentro de las muchas que conforman la ciencia lingüística. Tan popular es, que incluso tiene fama entre la población general, al menos de forma subconsciente. Todos hemos imitado, alguna vez, a hablantes de otra localidad de nuestro país o nuestro dominio lingüístico, y asociamos juicios de valor, positivos o negativos, a las diferentes hablas.
¿A qué suenan las lenguas?
Como curiosidad, un día, hablando con mi hermano, me comentó: “qué curioso que el alemán y el francés tengan el mismo sonido (el de la R) y una nos suene elegante y la otra bruta”.
Por supuesto, las lenguas no suenan a nada per se. Es decir, no hay nada en su sonido que se pueda asociar a nada de forma directa. Si juntáramos a cien sujetos experimentales y les pusiéramos una grabación de una lengua desconocida, las opiniones y juicios de valor serían muy diversos. A cada uno le sonaría a y le parecería una cosa diferente. Sin embargo, si ponemos a esa misma gente una grabación de lenguas que conocen, de culturas próximas, las opiniones serían mucho más coincidentes.
Que el francés suene elegante seguramente tenga mucho que ver con esa imagen de la torre Eiffel o de las terrazas parisinas chic que todos tenemos en mente. Que el italiano suene divertido o vivaracho, incluso campechano, seguramente está relacionado con la imagen de la mamma gritándole desde la ventana a su hijo montado en una Vespino; y que el alemán nos suene duro, probablemente, estará relacionado con la imagen de los bárbaros que lucharon contra lo que consideramos nuestro pasado en estas latitudes de Europa: Roma.
Las lenguas no suenan a nada, las culturas que las hablan exportan los tópicos a su forma de hablar. O, como mínimo, la influencia del estereotipo en la percepción del idioma es enorme.
Los dialectos y su consideración social
Esto que acabamos de aplicar a otras lenguas se hace también con los dialectos. Así, el andaluz suena gracioso o divertido, el rioplatense suena enérgico y atractivo (quizá por la fama de la labia argentina. Recordad que quien escribe habla desde España y no tiene ningún ánimo de ofender), el castellano (más concretamente el madrileño) suena chulo e incluso desagradable (a pesar de que ellos piensan que no tienen acento). Psicológicamente, trasladamos la fama de los grupos sociales a su forma de hablar.
Sin embargo, los dialectos acarrean una fama con la que no cargan los diferentes idiomas: ser malas formas de hablar, incorrectos, inapropiados, catetos, incultos. Aunque pasa en todos los países del mundo y en todas las lenguas del mundo, me centraré en España por ser el caso que conozco.
En España hay dialectos que se consideran buenos, básicamente, aquellos que conservan la -s a final de sílaba (casa-s), y malos, los que la pierden. Huelga decir que estas famas corresponden a realidades sociales y son totalmente falaces para la lingüística. Si hay algún dialecto que ha sido especialmente golpeado por la sociedad española, y sigue siéndolo, es el andaluz. Muestra de esta mala fama, que continúa hoy día, es que son pocos las famosas o los famosos andaluces que aparecen en público y hablan con naturalidad, sin adoptar lo popularmente considerado el buen hablar.
Los dialectos en la lingüística
Para los lingüistas, sin embargo, los dialectos no son perversiones del habla, sino la expresión real de la lengua. Es decir, al contrario de lo que piensa popularmente, la lengua no se desvirtúa en dialectos, sino que los dialectos están primero y, fundamentándose en ellos, se crea la lengua estándar. Estos, a su vez, son los que, con sus innovaciones o sus modificaciones, son capaces, también, de hacer cambiar el estándar. Es decir: todos hablamos dialectos, nadie habla lengua estándar (al menos, de forma natural).
Pero, ¿qué es un dialecto? El término ha sido ampliamente debatido. Debido a las connotaciones negativas que tiene socialmente (hay quienes, incluso, lo usan peyorativamente hablando de otras lenguas contra las que tienen alguna polémica, normalmente de índole política) y a la ambigüedad del término (a veces se usa como una forma de habla que empieza a desgajarse del tronco común, otras como variedad local sin más implicaciones…), hoy se prefiere hablar de hablas locales, no de dialectos.
El Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA)
El andaluz, precisamente debido a su mala fama, es una de las más famosas en España (incluso fuera de ella, entre los estudiantes de español, al menos en Europa) y también uno de las más estudiadas. De hecho, el primer atlas que se hizo de un habla local en España fue, a mediados del siglo XX, sobre las formas de hablar en Andalucía, y fue el primer atlas lingüístico en que se incluyeron fenómenos fonológicos.
El ALEA (Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía) fue una obra de los lingüistas Manuel Alvar, Gregorio Salvador y Antonio Llorente. Los dos últimos fueron importantes catedráticos en importantes universidades, incluso Gregorio Salvador fue académico de la RAE.
De entre todos ellos, destaca, sin duda, Manuel Alvar. Miembro de la RAE y de la Real Academia de la Historia, se le considera una institución dentro de la dialectología española y una de las principales figuras de toda la filología en este país.
Metodología y características del atlas
El ALEA se pensó como un atlas regional, que pudiera profundizar en los aspectos cotidianos andaluces. Para ello se seleccionaron encuestas basadas en el léxico más común en cada zona de la región. Se hacían preguntas relacionadas con el aceite, el olivar, la ganadería, el riego, la gastronomía y la pesca.
A la vez, en esos tiempos, y desde hacía varias décadas, se estaba trabajando en un atlas general del español de España, pero los trabajos iban muy retrasados porque la guerra civil supuso un duro golpe para el proyecto del que todavía no se había podido reponer. Así, el ALEA no pudo tomar el marco teórico de este trabajo como referencia y fue independiente.
Novedades de la obra
Otra importante característica del atlas es que consideró la fonética, la sintaxis y la gramática peculiares de las hablas andaluzas. Incluso se prestó atención entre la diferencia de habla entre hombres y mujeres. Por todas estas razones, el atlas fue un modelo a seguir para todos los que vinieron después.
Una de las grandes novedades y mayores aportaciones del ALEA fue el intento de plasmar una fonología de unas hablas regionales. Para ello hay que explicar la diferencia entre la fonética y la fonología. La fonética estudia los sonidos, es decir, lo que producimos cuando el aire sale a través de las cuerdas vocales y se encuentra obstáculos como la lengua o los dientes en la cavidad bucal. Estos sonidos nunca son iguales, incluso aunque los pronunciemos seguidos. Es imposible que la misma cantidad de aire salga con la misma potencia y se encuentre los mismos obstáculos en exactamente la misma posición dos veces.
Frente a esta inconmensurable cantidad de sonidos, el cerebro tiende a reducirlos y agruparlos, así, aunque pronunciemos ocho eses diferentes, nuestros cerebro las interpretará como una sola. Estas interpretaciones abstractas, llamados fonemas, son el objeto de estudio de la fonología. Los sonidos se escriben entre [corchetes], los fonemas, entre /barras/.
El resultado de las encuestas en 230 localidades fue plasmada en un total de seis volúmenes con 1900 mapas, tanto de palabras, como de rasgos lingüísticos y objetos (también es un atlas antropológico).
Una obra fundamental para cualquier dialectólogo español que con seguridad será del interés de cualquier aficionado a la lingüística.
Fuentes: