¿Podemos viajar sin levantarnos del asiento? ¿Es posible conocer nuevas tierras de primera mano sin salir de la habitación?
En nuestros días todos parecemos estar de acuerdo en que sí; en un mundo profundamente interconectado, cada vez más global, acercarnos virtualmente a los lugares más recónditos del mundo, relacionarnos con ellos, está al alcance de todos.
Cualquiera que tenga acceso a una conexión de red (un 95% de la población mundial actualmente), o simplemente a un documental de National Geographic, puede viajar instantáneamente a esos lugares que se abren ante sus ojos, al menos en sentido figurado.
Pero hubo otras épocas en que esos viajes virtuales no tenían nada de figurado: viajar sin salir de la habitación tenía exactamente el mismo valor que hacerlo recorriendo miles de kilómetros. Hablamos de las peregrinatio in stabilitate. Las peregrinaciones espirituales.
Estamos en la Europa del siglo XIV. Un aplicado monje, recluido en los fríos muros del aislado monasterio en el que desarrolla una vida dedicada a Dios, sabe de los beneficios espirituales que le reportaría la peregrinación a la ciudad más importante de su mundo: Jerusalén.
Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo aunar la necesidad de peregrinar a Tierra Santa y la prohibición de salir del monasterio? La solución, aceptada y aceptable a ojos de la Iglesia, se reduce a dos palabras: peregrinación espiritual.
En este caso no es el cuerpo el que viaja, sino el alma. Un viaje espiritual a través de la vista, en el que la observación detallada y concienzuda de un determinado mapa, o de una determinada imagen, equivale a largos, costosos y sufridos viajes de peregrinación.
A miles de kilómetros de ese monasterio, un devoto peregrino recorre de rodillas una parte del pavimento de la catedral francesa de Amiens. A simple vista, su trayectoria es extraña; no camina en línea recta, no parece tener un rumbo fijo.
Y es que lo que está recorriendo ese peregrino es un laberinto. Un laberinto representado en el suelo. A ambos personajes los separan miles de kilómetros, pero en realidad están en el mismo lugar. Jerusalén. Su meta espiritual.
El centro del laberinto es Jerusalén, como Jerusalén es la meta visual del viaje del monje. Un viaje imaginario, sí, pero perfectamente real. Ese “viaje” les reporta consuelo, seguridad (una seguridad que jamás tendrían haciendo el trayecto real) y, lo que es más importante, expiación.
Según varios investigadores, el papel de los mapas medievales era, en muchos casos, el de ofrecer una herramienta de viaje espiritual. De esta forma, el famoso mapamundi de Hereford nos presenta un mundo plagado de imágenes con un evidente cariz místico.
Los referentes geográficos que se representan en el mapa se relacionan no solo con recuerdos bíblicos, sino con los diferentes destinos de los peregrinos durante su viaje a Tierra Santa, en una especie de paralelismo virtual con el viaje real.
También mapas como el conocido mapamundi perteneciente al Beato de Burgo de Osma pudo ser, según la historiadora Sandra Saénz-López Pérez, una herramienta de peregrinación.
Pero no nos vayamos tan lejos. Actualmente se nos ofrece una opción moderna y cómoda: lo que se conoce como Virtual Pilgrimage Experience. Un concepto que, después de leer los párrafos anteriores, puede que nos resulte familiar.
Gracias a esta iniciativa, los y las creyentes tienen la posibilidad, por medio de la tecnología, de vivir la experiencia de la peregrinación a Lourdes desde la distancia, a través de imágenes proyectadas, la música que escuchan los peregrinos físicos en Lourdes, una bendición eucarística comparable a la que se recibe en ese destino, etc.
Las peregrinaciones virtuales en la actualidad
Según su página web de presentación, la Virtual Pilgrimage Experience “garantiza, por primera vez en la historia de la Iglesia Católica, una indulgencia plenaria por una peregrinación virtual igual que por una física”. Quizás una breve mirada al pasado nos haga desconfiar un poco de esa afirmación.
Otra iniciativa similar a la de Lourdes nos ofrece una oportunidad única: un viaje virtual, por medio de diapositivas, nada más y nada menos que a Israel y Galilea. Pero no solo eso: nos ofrece un viaje virtual por la Israel y Galilea que conoció Jesús.
Su página web afirma que, lógicamente, los edificios y el contexto geográfico han cambiado, pero podemos recrear los pasos de Jesús gracias al pilgrimage of faith. El peregrinaje de la fe.
La misma fe que tenía el monje del siglo XIV que debía respetar su reclusión, pero deseaba, necesitaba, peregrinar. La misma fe que tenía aquel devoto de Amiens que seguía fielmente el recorrido del laberinto que lo llevaba a una Jerusalén virtual.
Los medios son totalmente diferentes, y las herramientas radicalmente distintas. Pero el objetivo, después de 700 años, sigue siendo el mismo: peregrinar con el alma.
Me gusta mucho vuestra revista, este capítulo de hoy especialmente. Voy a ponerlo en mi Facebook, si tenéis algún inconveniente, por favor escribidme a
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